jueves, 9 de julio de 2009

Entonces lo vio. Igual a como lo había contemplado hacía ya tantos años en medio de la muchedumbre, una tarde de invierno cuando el crepúsculo ya estaba sobre la ciudad. Aquella vez vestía un abrigo negro largo, unos pantalones de vestir, unos zapatos del mismo color, y una bufanda blanca que se mezclaba con la nieve que caía. Le había sonreindo de una manera distinta. La sonrisa no era diferente a las de las otras personas. No, lo que parecía significar aquel movimiento era lo que la conmovió.
Sus ojos también la habían miraban como nunca nadie lo había hecho: Con amor. Un amor que la había reconfortado, y la había llenado. No importaba que sucediera, cada vez que recordaba aquel momento, aún cuando había transcurrido tanto tiempo, volvía a recuperar las fuerzas.
Caminó despacio. No había porque apurarse. Al fin y al cabo, él estaba igual. Aquel mismo joven que le había dicho palabras de amor cuando era una niña perdida en medio de una gran ciudad sin saber a donde ir. Estaba recostado contra una pared, vestido con un traje negro a la moda, llevabando el pelo negro ondulado recogido con una cinta roja. Tenía la mirada fija en ella, y solo en ella.
Llego hasta él, y para su desgracia un rubor cubrió sus mejilla. Ella bajo la mirada, él rió despacio, divertido.
-No hay porque sonrojarse-Dijo tomándola de la barbilla y besándola. Sus labios tenían un sabor extraño, casi mágico. Para nada humano.-No hay porque temer, ya nada podrá separarnos.
La muchacha se recostó sobre el pecho del joven, y olió su perfume. Sobrenatural fue lo primero que se le vino a la mente.
-No, inmortal-Corrijió este esbolsando una sonrisa esplendida, y algo perturbadora, y volvió a emitir aquella contagiosa y rica risa.

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