Sus ojos también la habían miraban como nunca nadie lo había hecho: Con amor. Un amor que la había reconfortado, y la había llenado. No importaba que sucediera, cada vez que recordaba aquel momento, aún cuando había transcurrido tanto tiempo, volvía a recuperar las fuerzas.
Caminó despacio. No había porque apurarse. Al fin y al cabo, él estaba igual. Aquel mismo joven que le había dicho palabras de amor cuando era una niña perdida en medio de una gran ciudad sin saber a donde ir. Estaba recostado contra una pared, vestido con un traje negro a la moda, llevabando el pelo negro ondulado recogido con una cinta roja. Tenía la mirada fija en ella, y solo en ella.
Llego hasta él, y para su desgracia un rubor cubrió sus mejilla. Ella bajo la mirada, él rió despacio, divertido.
-No hay porque sonrojarse-Dijo tomándola de la barbilla y besándola. Sus labios tenían un sabor extraño, casi mágico. Para nada humano.-No hay porque temer, ya nada podrá separarnos.
La muchacha se recostó sobre el pecho del joven, y olió su perfume. Sobrenatural fue lo primero que se le vino a la mente.
-No, inmortal-Corrijió este esbolsando una sonrisa esplendida, y algo perturbadora, y volvió a emitir aquella contagiosa y rica risa.

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